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Tarta de pepinillos crujientes (2/2)

Fotografía de Polina Tankilevitch

 Nos teletransportamos hasta Alhama de Murcia en Murcia, concretamente a una huerta murciana. Ante nosotros, un humilde labriego contemplaba sus dominios incómodamente sentado sobre una silla de plástico verde con publicidad de una reconocida empresa cervecera. Entre sus brazos descansaba una escopeta de perdigones a la que dedicaba caricias de vez en cuando.

 -¡Os pillé, malandrines, vosotros sois los que me robáis los pepinillos!

 -¡Señor, no es lo que piensa, por favor, deje de apuntarnos con el arma, nuestras intenciones son nobles! -supliqué temiendo ser fusilado como un disidente.

 -¡Antes dejad vosotros de apuntarme con vuestras pistolitas de feria!

 El extraño de la gabardina y yo nos subimos los pantalones.

 -¡Esas manos traviesas, donde las vea!

 -Deje que me explique… ¿Puedo sacar la cartera? Verá que traigo dinero y acciones de Bankia, solo deseo adquirir unos cuantos pepinillos encurtidos. Dicen que en esta santa huerta crecen los mejores.

 -Dicen bien. Los prepara mi señora, que es una santa. Hoy ha salido con las amigas para asistir al estreno de la nueva de Mario Casas. Le gusta mucho Mario Casas, está todo el día que si Mario Casas esto, que si Mario Casas lo otro… A mí me gusta más Jordi Molá. Mataría por escucharle llamándome «papi» o «hijoueputa» con acento colombiano. Y usted, el de la gabardina, ¿por qué se ríe como el perro Patán que acompaña a Pierre Nodoyuna en sus diabólicas peripecias?

 El susodicho avanzó unos pasos hasta el humilde labriego, dejando que la luz de una farola anexa a la calle iluminase las facciones de su exhberante rostro.

 -¡No me lo puedo creer, es usted Jordi Molá, no sabe cuánto le admiro desde que le descubrí comiendo teta en Jamón, jamón, ¿tendría la gentileza de firmarme un tomatito o dos?!

 -Lo que sea por mis fans, pero antes le ruego acepte vender, a buen precio y a plazos, unos cuantos pepinillos encurtidos a mi amigo. Es una cuestión de amor.

 -¡Los pepinillos que hagan falta! ¡Niño, trae tres botes de encurtidos! -ordenó a Tocinillo de Cielo, su aprendiz de labriego, un chico catarí sin piernas. Algunos maledicentes lo confundían con un mono.

 Ghanim, así se llamaba, me entregó los pepinillos encurtidos dentro de una bolsa de Mantecadas Bisbal. Eché mano a la cartera para finalizar la transacción, pero el labriego me lo impidió a punta de escopeta.

 -Los amigos de Jordi Molá son mis amigos. Aquí su dinero y la libertad religiosa no tienen ningún valor.

 Rio Jordi, ya despojado de su gabardina de exhibicionista. Sus ojos azules o verdes irradiaban una infinita bondad.

 -Ay… -suspiré.

 -Mare meua… -masculló el humilde labriego, anhelante.

 -Querido amigo enamorado, permita que le teletransporte de vuelta hasta su casa. Tan solo visualice a su amada y haré que su ki y el mío se compenetren una vez más mientras nuestros pitos unen sus destinos.

 -Pero cómo, ¿os vais tan pronto, no os quedáis a comer unos choricillos, unas morcillicas? Dentro de un rato emiten el último capítulo de The Good Doctor, donde brilla con luz propia Antonia Thomas, y no me gusta ver la televisión solo. Después tengo pesadillas y tengo que darme a la droga y los paparajotes.

 -Haremos una cosa -decidió Jordi Molá con la mejor de sus sonrisas. Las perlas que adornaban su boca me hicieron entrever un cielo donde las nubes llovían sueños-. Dejaré a nuestro amigo junto a su amada y después regresaré en un periquete para juntos, gozar de un rato de intimidad.

-Ichi, ¿piidi yi timbiín vir li tilivisiín? -preguntó el joven sin piernas.

 -¿Qué ha dicho ET? No le he entendido -pregunté con curiosidad.

 El labriego guiñó un ojo a su aprendiz.

 -Es que habla catarí, aunque tenga acento murciano. Pregunta que si puede ver la televisión con nosotros. Es buen chaval don Jordi, apenas muerde y hace la danza del vientre mientras canta el Waka Waka.

 -Me parece bien, donde comen dos comen tres, o debería decir… A todo esto, ¿cómo se llama usted? -preguntó Jordi.

 -Me llamo Juan, señor.

 -Muy bíblico.

 Antes de ser teletransportado uniendo mi pilila a la del insigne artista, me despedí de aquellos amigos con grandes muestras de afecto.

 -¡Siempre os llevaré en el corazón, hasta la vista, Juan y medio!

 -¡Disfruta mis pepinillos! -me deseó el humilde labriego.

 -¡Ihiri vimis pir tidi

Y ti icimpiñi li siirti

Tsimini mini zingiliwi

Pirqii isti is Ífrici! -cantó y danzó Ghanim con desparpajo y desenvoltura murciana.

Epílogo

 Nos fundimos en un abrazo de despedida y nos subimos los pantalones. Me vi reflejado en su mirada poliédrica y lloré como un chiquillo al que han arrebatado su último recuerdo de Navidad. No sabría decir si eran lágrimas amargas o no.

 -A todo esto, ¿en verdad hacía falta frotar nuestra pililas, acaso no habría bastado tu desplazamiento hasta Murcia para hacerte con los pepinillos y traérmelos, ahorrándonos así a ambos la sensual experiencia?

 -Ay mi estimado, las leyes internacionales del ki no permitirían algo así. A cada uno lo suyo, y no se hable más.

 -Pero…

 -Ni peros ni peras.

 Me encogí de hombros. Sin duda el rozamiento de nuestras pililas era asunto indispensable.

 -Toma -dije.

 -No hace falta, estas cosas las hago por placer, porque soy así de majo. Ojalá pudiera multiplicar los panes y los peces también.

 -Insisto.

 -Está bien.

 -Abre la boquita…

 Con cuidado, le introduje la puntita del pepinillo. Dio una pequeña mordida al encurtido y escuché el contundente crujir.

 -¡Diablos, la leche condensada! -exclamé con pena. Con los nervios lo había olvidado: en casa no quedaban ni pepinillos ni leche condensada.

 Jordi Molá trató de calmarme.

 -Querido amigo, tengo algo muy parecido a la leche condensada al alcance de la mano, pero para ello deberá echarme una mano en sentido bastante literal.

 -No hace falta. Tarta de pepinillos crujientes, así es como se llama este cuento de hadas. Está bien así.

 -Como desee, querido.

 Nos observamos en silencio. Sabía que estaba a punto de decir adiós al hombre que me había brindado la felicidad. Le di a comer lo que quedaba de pepinillo y cuando acabó se chupó los dedos con fruición. Nos dimos la mano como dos varones heterosexuales, se llevó un par de dedos a la frente y desapareció sin más. La noche olía a garrafón, huevos en salmuera y ausencia.

 Entré en casa tratando de no hacer ruido, me lavé las manos con esencia de unicornio, organicé la manga pastelera, el bizcocho, la cuajada, el azúcar… Preparé la tarta de pepinillos crujientes y cuando la saqué del horno un llanto me alarmó. Corrí hasta la habitación que compartía con mi amada temiendo que le hubiera pasado algo. Desde la cama, Amanda me observaba con lágrimas resbalando por sus tiernas mejillas. Entre sus brazos no había una escopeta o un Jordi Molá sino un hermoso bebé recién nacido envuelto en una camiseta del Real Betis Balompié. Alrededor, como si la guardasen los Reyes Magos de Oriente, cinco gentiles caballeros con flores y cajas de bombones tampoco podían contener la emoción.  Amanda me habló con voz tierna.

 -Enhorabuena don Paco, ahora eres una sexta parte de papá. Aquí hay alguien que te quiere decir una cosa. Díselo, cariñito.

 -Padre number four, qué bueno conocerte. Como ves, por fin he nacido, tras incontables eones en el interior de madre aguardando el momento de ser bendecido con el regalo de la vida, ¿cómo diablos acabé ahí dentro? Mis recuerdos son todavía demasiado borrosos y… ¿Acaso eso que portas es lo que creo, una épica tarta de pepinillos crujientes? ¡Daría mi reino por una porción de tarta y una pinta de cerveza!

 Tomé al bebé entre mis brazos y lo acuné. Sonreí al sentir su calidez aplacándose en mí. Tenía la misma mirada que Jordi Molá.

The Sisters of Mercy – Vision Thing
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5 comentarios sobre “Tarta de pepinillos crujientes (2/2)

  1. Los mejores pepinillos encurtidos sin duda los de Murcia, y al final ha quedado una tarde preciosa para degustar la tarta, me alegro en demasía por que Don Paco haya optado por descartar la leche condensada, quizás hubiera quedado un poco recargada.

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