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Un cuento con cosas guays

Theodor Kittelsen – The Water Sprite

 Nunca antes había escrito un cuento protagonizado por una practicante del ballet clásico, un pato que rehusase la ingesta habitual de mendrugos de pan duro y un cocodrilo gentil, de esos que pocas veces se comen a un camarada en apuros.

 Me sumí en una honda meditación al respecto y al no llegar a ninguna conclusión, entré en depresión.

 Estaba en actitud contemplativa, cautivo de las estrellas en el vaivén constante de una noria de feria que subía y bajaba a ritmo vertiginoso, cuando sentí una mano cálida posándose sobre la piel quemada de mi hombro. Qué extraño, pensé, cuando había pagado cuatro boletos expresamente para no tener que compartir la expérience de la grande roue con nadie, temiendo inducir al suicidio a quien osase participar de mi elegía anunciada.

 ¡Cuál no sería mi sorpresa al descubrir una hermosa bailarina de ballet clásico sentada a mi lado, extendiendo una pierna ante mis ojos rojos para cautivarme en cuerpo y alma! Me pregunté si llevaría algo debajo del tutú. Estaba a punto de preguntarle al respecto cuando la joven dama señaló hacia abajo. Rodeados de gente, comiendo uno palomitas de maíz y el otro apurando un algodón de azúcar, ambos con sendos refrescos azucarados, había un pato y un cocodrilo con esmoquin. Se produjo cierto tumulto en derredor, pues los cocodrilos de cuatro metros no suelen caer en gracia en esta sociedad tan hipócrita. Mulatos, travestis y murcianos que no comen paparajotes sí, pero reptiles con esmoquin no.

 La atracción dejó de dar vueltas. El feriante quiso ayudar a la bailarina a descender de la cabina, pero lo aparté con una patada voladora y fui yo quien le ofreció la mano.

 -Muy amable -dijo.

 Volví a pensar en lo que llevaría debajo del tutú. Qué fantasía aquella.

 Macarronaia me presentó a sus amigos.

 -Ellos son Pato y Cocodrilo.

 -Hola Pato, hola Cocodrilo.

 -Mucho gusto -dijo el cocodrilo.

 El pato no dijo nada. Tenía la boca llena de palomitas saladas.

 -¡El lago de los patos! -exclamé al advertir la evidente conexión entre la bailarina y el ave acuática. Pato me corrigió.

 -De los putos cisnes.

 -Infiero que no te llevas bien con ellos.

 -Yo no, pero él sí -explicó señalando al cocodrilo, que eructó sonoramente. Salieron plumas de su boca.

 -Perdón -se excusó.

 -¿Damos un paseo?

 Macarronaia me tomó del brazo y avanzamos entre la marabunta de ociosos que paseaban ajenos al cambio climático, el machismo, Rusia y esas cosas horribles que asolan el mundo. De repente vio un osito de peluche en una barraca de tiro y sus ojos se convirtieron en luminarias deseosas. Pagué los cinco machacantes que costaban los tres intentos de rigor y lancé la bola con desparpajo. No acerté. De hecho lo hice tan mal que golpeé accidentalmente a un señor bajito con bigote que quedó dolorido.

  -¡Ay! -exclamó.

 Y también:

 -¡Paparruchas, córcholis, jopetas, cáspita, la puta de oros y la de bastos también!

 Corrí a socorrer a tan desdichado hombrecillo. Tras el consabido sana sana culito de rana le ofrecí un pañuelo con ricos bordados en oro y tomé sus manitas entre las mías.

 -Discúlpeme, querido amigo, trataba de impresionar a una moza de singular belleza acertando a unas latas de sopa vacías, pero erré en la ejecución y le acerté. Es decir, fallé miserablemente cuando…

 -¡Blancas, son blancas! -exclamó el enano con bigote señalando hacia unas piernas de aúpa.

 La bailarina se había acercado hasta nosotros con gracilidad, ofreciéndole desde su posición una vista inmejorable.

 -¡Lo sabía! -dije.

 Ayudé al enano con bigote a ponerse en pie, le pregunté si comía comida normal y dijo que sí. Volví a guardarme en el bolsillo el bote de comida para peces y le regalé unos vales de descuento en McKing.

 -Con esto queda saldada toda posible deuda -me aseguró.

 Nos abrazamos y nos dijimos adiós. Nunca olvidaré a aquel enano con bigote. Se parecía a mi embalsamador de confianza.

 No me di por vencido. Regresé a la barraca con paso decidido y en mi segundo intento herí a un murciano.

 -¡Acho! -dijo.

 -¡Pijo! -dije.

 -¡Bonico! -dijo.

 -¡Solanera! -dije.

 -¡Ananos, carallo! -dijo.

 -¡Alto ahí, eso es alto gallego! -dije.

 -Soy murciano-gallego y cristiano homosexual.

 -¿Eso no es una canción de José Ángel Andrades? -quiso saber el cocodrilo.

 Asentimos todos, hasta el feriante. Tarareamos la canción hasta su tercer estribillo.

 -¡Vamos amigo, le queda un tercer intento, veamos a quién desgracia ahora! -me animó el aludido.

 Esta vez me concentré, invoqué a los dioses menores, pensé en Goku lanzando una onda vital de las gordas y proyecté la bola. Las latas de sopa saltaron por los aires con tal intensidad que dos de ellas impactaron brutalmente en un pelirrojo, hiriéndolo de gravedad. El cocodrilo se lo llevó a un aparte para atenderlo debidamente. Cuando regresó se relamía mientras se daba palmaditas en la abultada panza.

 -No me gustan los pelirrojos -dijo por toda explicación. A mí me pareció bien.

 Abracé al pato, exigí al feriante que me entregase el oso de peluche de inmediato si no quería enfrentarse a una demanda de acoso sexual y de hinojos ante la bailarina, se lo regalé.

 -Tomad bella moza, aceptad este humilde presente como muestra de mis desvelos por vos. Vuestro es, mío.

 Macarronaia, visiblemente emocionada, abrazó el peluche y comenzó a dar saltitos de inmensa alegría elevando un pie, una mano, girando sobre sí misma. Danzaba.

 -Me encanta esta parte de El lago de los patos, cuando Odile pega una patada en sus partes a Rothbart por dejarla sin postre -explicó el cocodrilo experto en ballet.

 La bailarina cayó rendida entre mis brazos con fingido dramatismo, echándose una mano a la frente. Por alguna razón el osito de peluche la había emprendido a puñetazos con un niño con camiseta de Valverde, el del Madrid. Argumentó que el chaval le había llamado «osito».

 -Pero es que eres un osito -le explicó el pato.

 El osito, entonces, se miró las patitas y se palpó la entrepierna.

 -Coño, pues es verdad. Menos mal que me ha pillado de buenas y no lo he…

 El niño sangraba mucho; parecía Ric Flair[1] en la Tomatina. Creyendo que aquello posiblemente acabaría en desgracia, con el osito de peluche encarcelado por infanticidio y siendo recluido veinte años en cualquier cárcel turca a lo kebab, sucedió que mágicamente el niño se transformó en un monstruo horrendo que escupía fuego. De ahí el discutible proceder del peluche. Posiblemente.

 -¡Qué alboroto, otro perrito piloto! ¡Una chochona para la tetona! -exclamaba desde su púlpito, indiferente a todo, el feriante de la tómbola Antojitos.

 El pato, el cocodrilo, Macarronaia y yo unimos fuerzas para vencer al engendro. Lanzamos patadas y puñetazos a gogó que no hicieron mella en él. Parecía que aquello no bastaría, así que rogamos a los cristianos de alrededor alzasen las manos para transmitirnos su fuerza vital. Todos, a excepción del señor Pansequito, que carecía de extremidades, tuvieron a bien cedernos una parte de sus energías. Lanzamos un poderoso ataque desesperado que acabó decapitando al monstruo. Las gentes nos aplaudieron (menos el señor Pansequito) y tomé a la bailarina por la cintura. La besé como en las películas antiguas, sin hacer ruidos de babas mezclándose entre mucosidades ruinosas y sin pasarme con la generosa ración de lengua. No como ahora, que da asco lo que hacen en las películas.

 Y de las entrañas de la tierra surgió un demonio llamado Astaroth: Chapter 3 – Parabellum Remake armado con una espada de recio acero toledano. Blandí la mía y amagué a un lado jurando por Cristo hacia el otro. Una de mis estocadas le cruzó de lado a lado cuando ya venían sus parientes, primos o hermanos, con muy malas intenciones, para asistirle. Me arrepentí de haber deseado escribir un cuento con bailarina de ballet, un pato que odiase los mendrugos de pan duro y un cocodrilo gentil.


[1] Uno de los mejores wrestlers de todos los tiempos. En sus últimas luchas se ha caracterizado por comenzar a sangrar aun antes de recibir el primer golpe. En una ocasión le enseñó el pene a una azafata. Como Shin-chan pero con vicio.

Arch Enemy – The Eagle Flies Alone
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13 comentarios sobre “Un cuento con cosas guays

  1. Oh no Joiel!!!! atiende al protagonista que al final parece que se pilló el metavirus ese … Un disfrute leerte, además tirando del Astaroth, me has hecho descubrir detalles casi tan estupendos como tu de en tu cuento, bueno, no, ni de lejos ;):):)

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  2. El título no defrauda hasta el pelirrojo de turno que siempre muere en tus relatos hizo su aparición. Que batalla épica la narrada, parece que el protagonista va a estar ocupado un largo rato. Surrealismo y humor, gracias. Saludos 🙂

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